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Carmen Solorzano es una mujer de ideas claras. Y no solo por su vocación política de servicio, sino por su visión de las muchas facetas de la sociedad. Lo manifestó desde niña, cuando mostró su firmeza de querer ser médico; “entonces, no se decía de otra manera”, apostilla. Lo demostró años más tarde, cuando protestó contra el franquismo y también cuando se manifestó, después, contra la violencia, “contra todas las violencias”.
En las décadas de los sesenta y setenta -nació en Donostia, hace 63 años-, no era frecuente que a una chica se le reconociera el mismo derecho a estudiar una carrera superior que a sus hermanos varones, pero lo hizo. “Es algo que tendré que agradecer siempre a mis padres”. Cursó la carrera en Oviedo, la ciudad natal de su madre, y allí descubrió que, de todos los campos de la Medicina, el que más le atraía era la Pediatría. Para ello se preparó y a ello se ha dedicado desde entonces durante casi 40 años de profesión. De ellos, 20 los hizo en el barrio de Beraun, donde ‘aterrizó’ con su flamante título bajo el brazo tras cursar la especialidad en La Paz (Madrid).
Carmen Solorzano es una mujer de ideas claras. Y no solo por su vocación política de servicio, sino por su visión de las muchas facetas de la sociedad. Lo manifestó desde niña, cuando mostró su firmeza de querer ser médico; “entonces, no se decía de otra manera”, apostilla. Lo demostró años más tarde, cuando protestó contra el franquismo y también cuando se manifestó, después, contra la violencia, “contra todas las violencias”.
En las décadas de los sesenta y setenta -nació en Donostia, hace 63 años-, no era frecuente que a una chica se le reconociera el mismo derecho a estudiar una carrera superior que a sus hermanos varones, pero lo hizo. “Es algo que tendré que agradecer siempre a mis padres”. Cursó la carrera en Oviedo, la ciudad natal de su madre, y allí descubrió que, de todos los campos de la Medicina, el que más le atraía era la Pediatría. Para ello se preparó y a ello se ha dedicado desde entonces durante casi 40 años de profesión. De ellos, 20 los hizo en el barrio de Beraun, donde ‘aterrizó’ con su flamante título bajo el brazo tras cursar la especialidad en La Paz (Madrid).
Ha desarrollado su profesión durante la época en la que la sanidad pública crecía y se extendía, primero bajo las siglas del Insalud, y luego -una vez transferida-, dentro de Osakidetza. “He compartido con muchos profesionales, mujeres y hombres, la preocupación por llegar a todas las personas, en especial a las menos favorecidas, a todas aquellas que -en otros tiempos, aquí, y, ahora mismo, en muchos otros lugares del mundo- no podrían ni soñar con tener acceso a una atención sanitaria que a nosotros, hoy, nos parece tan normal como el respirar; una sanidad que vale su peso en oro”, reconoce. “Vale el trabajo de tantas y tantas personas, y vale también el apoyo que esta sanidad universal ha recibido y recibe de nuestras instituciones”, añade.
En medio de todo ello, de esa preocupación por la salud y la atención a los niños, ha ido descubriendo otros aspectos de las personas, más allá de la atención sanitaria. “Son cosas que racionalmente sabes pero que, antes, no las has visto en la vida real: que el dolor no solo lo producen las inflamaciones o las fiebres debidas a las infecciones, que hay otros dolores y sufrimientos que padecen los niños y las mujeres, y que son debidos a la violencia, a la crueldad, a la ignorancia. Y que son más dolorosos, si cabe, porque dan vergüenza, porque se esconden, porque los esconden las propias víctimas”. Aunque esos estigmas van siendo superados poco a poco, son temas de los que hace unos años no se hablaba, “aunque en la intimidad de la consulta médica esas espaldas o esos ojos morados, en los niños o en las madres, no se pueden esconder. Y no se pueden ignorar”. Por eso, uno de sus mayores orgullos profesionales y humanos ha sido participar, como representante de los Colegios Médicos Vascos, en las comisiones que elaboraron los protocolos para la prevención y la atención del maltrato a las mujeres. Asimismo, en estas casi cuatro décadas como médico, también ha podido ver muy de cerca las secuelas de la guerra, al tener la oportunidad de trabajar como voluntaria con la ONG Médicos del Mundo en Congo y Ruanda.
Al margen de los interesantes avatares que le ha acarreado su vocación profesional, su vida ha corrido “por todos los caminos de la gente común y corriente”, asegura. En el matrimonio es “reincidente”, puesto que se ha casado en dos ocasiones. De su primer enlace tiene una hija, y del segundo “heredé” otro hijo. Actualmente es una feliz abuela a la que le gusta “viajar, una buena comida con los amigos, escuchar buena música”. Guarda una pequeña frustración, “me encantaría saber cantar y tocar un instrumento”, aunque se resigna con humor: “ya se sabe, no se puede tener todo en la vida”.
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